Por Antonio Medina Trejo **
México tendrá dos cadenas televisivas más con señal abierta a partir de 2015. Su presencia abarcará el 60 por ciento de los hogares mexicanos; es decir: 16 millones 900 mil casas y poco más de 68 millones de personas, que contarán con mayores opciones en contenidos televisivos y con ello la posibilidad de elegir otros noticieros, programas unitarios, series cómicas o telenovelas con tramas, personajes y discursos diferentes (es lo que se espera) a los que nos han acostumbrado el actual duopolio televisivo.
De acuerdo a lo propuesto por el Ejecutivo Federal, y que está a punto de ser aprobado por el Poder Legislativo, con la concesión de dos nuevas cadenas televisivas, se permitirá que más empresarios, nacionales y extranjeros, hagan uso del espectro radioeléctrico: ese bien invisible que pertenece a la nación, que se concesiona, y del cual se han beneficiado hasta el hartazgo la clase política y empresarial mexicana.
La competencia entre las televisoras de siempre y las nuevas se antoja paradigmática si en la lucha por ganar audiencias está de por medio la calidad en los contenidos televisivos y la independencia editorial. Si esa será la diferencia, la sociedad mexicana ganará con la propuesta presidencial; por el contrario, si la competencia radica solamente en vender lo mismo y con una visión exclusivamente de lucro, la sociedad mexicana, una vez más, pierde con ese tipo de propuestas político-empresariales.
Más rating, mejores contenidos
La televisión concesionada en México se caracteriza por la producción de telenovelas, programas cómicos, unitarios, noticiarios y de análisis (con honrosas excepciones) que han explotado fórmulas de producción que funcionan comercialmente; con contenidos que se repiten sin mayor creatividad año tras año y de una década a otra; en el caso de los noticiarios, con estructuras unidireccionales y discursos oficialistas.
En ese sentido, las televisoras de Emilio Azcárraga Jean y Ricardo Salinas Pliego, han usufructuado el espectro radioeléctrico sin devolver a la sociedad una televisión de calidad, que atienda las necesidades de comunicación de una población diversa y multicultural como la mexicana. El duopolio ha manipulado las noticias e invisibilizado voces disidentes al sistema, privilegiando la versión oficial sin dar posibilidad para que los diversos sectores de la sociedad tengan voz, opinen, cuestionen o debatan y ejerzan la libre expresión de sus ideas.
Los usufructuarios del espectro radioeléctrico en México han hecho grandes fortunas con los excluidos en programas cómicos, talk shows y telenovelas, donde los estereotipos machistas, misóginos, clasistas, racistas, homofóbicos y de personas con discapacidades, han sido el producto a consumir por las grandes masas, reforzando estigmas sociales bajo la premisa del “entretenimiento”; en casos extremos, violando la Ley contra la discriminación y el Artículo 1º de la Constitución en materia de no discriminación, sin que ello tenga al momento sanciones o multas que hayan provocado un cambio en esos lucrativos y discriminatorios contenidos.
Es así que con la actual propuesta, se esperan cambios en los contenidos mediáticos, tanto de las empresas de siempre, como de la televisión que viene, donde se puedan ver producciones mejor elaboradas, inteligentes, lúdicas, con un sentido crítico; que permitan, por ejemplo, ver personajes más realistas en telenovelas, programas cómicos y en series televisivas.
En cuanto a la postura editorial en los noticiarios o programas de debate, urge pluralidad de voces, que analicen, opinen, critiquen y den espacio a las audiencias de todos los sectores de la sociedad; lo que les permitiría, ahora sí, competir por un rating producto de la importancia de los temas, las voces y sus contenidos. Desde luego, un defensor o defensora de las audiencias, independiente de las empresas, no les caería mal desde el inicio.
Romper con la inercia
En ese sentido, ahora que tengamos dos cadenas más de televisión abierta sería deseable que se escuchen los señalamientos de un sector académico, intelectual y de la sociedad civil que pugna desde los años 70 por espacios de comunicación inteligentes, que permitan la formación de audiencias críticas, expuestas a la creatividad artística y estética en la pantalla chica. De igual manera, que tengan códigos ontológicos donde se garanticen los derechos de las audiencias y se asimile el fundamento ético contra la discriminación que plantea el artículo 225, apartado V, donde se precisa “Evitar contenidos que promuevan o inciten toda forma de discriminación basada en el origen étnico o nacional, el género, la edad, cualquier tipo de discapacidad, la condición social, las condiciones de salud, la religión, las opiniones, las preferencias sexuales, el estado civil, el aspecto físico, o cualquier otro que atente contra la dignidad, los derechos y libertades de las personas”.
Con ello se invita a las televisoras a que produzcan mejores contenidos que respeten las diferencias, las diversidades humanas y los derechos de todas las personas a no ser violentadas con representaciones sociales discriminatorias. Asimismo, a que asuman la perspectiva humanista, plural y de derechos humanos que plantea el 1º constitucional, sin limitar la libertad de expresión, y, desde luego, sin abandonar la comicidad y el entretenimiento lúdico. Esa sería una muy rentable inversión que les permitiría lograr competencia y ganar –con contenidos de calidad- mayores audiencias.
La sociedad actual requiere una televisión que integre, no que divida, que respete las diferencias, no que discrimine minorías sociales haciendo una “televisión para jodidos”; por ello debe verdaderamente involucrarse con el sentir de la sociedad, sin exclusiones y sin enrarecer las ondas hertzianas con la doble moral, el clasismo y el sexismo, que han caracterizado a los dos bodrios mediáticos actuales.
* Texto publicado en la Revista Zócalo del mes de junio, 2014. http://www.revistazocalo.com.mx/
** Profesor de periodismo en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM). @antoniomedina41