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SI JUÁREZ VIVIERA, REVOLCÁNDOSE ESTUVIERA

Por Antonio Medina Trejo

Y no es broma: si el Benemérito de las Américas viviera, seguro estaría estupefacto de ver cómo el presidente Andrés López Obrador, (163 años después de haber logrado la separación entre la Iglesia y el Estado con la Constitución de 1857), destruye todos los días lo que los liberales del siglo XIX construyeron para liberar a nuestra República del yugo conservador y medieval de la Iglesia Católica.

Por eso, sin duda, si Juárez vivirá, revolcándose estuviera de ver cómo la supuesta cuarta transformación de México le abre las puertas de las instituciones públicas a ministros de fe y cómo les otorga espacios políticos, fracturando con ello el principio fundamental de nuestra nación sobre la separación Estado-Iglesias que tantas vidas ha costado en la historia de nuestro país.

La apuesta del presidente al mostrar estampas de santos, citar referencias bíblicas, reunirse constantemente con ministros de fe, regalarles concesiones de radio y televisión a organizaciones religiosas, elaborar una Cartilla Moral (…ista), y otorgarles plazas a cercanos de jerarcas religiosos en instituciones de educación, salud y justicia, sin lugar a dudas violenta, no sólo en lo simbólico, sino en lo estructural, la esencia de la laicidad del Estado mexicano.

El presidente López, con sus ansias incontrolables de ganar clientelas todos los días de su mandato, ha recurrido a estrategias clientelares, de hecho, impensables en los gobiernos de Vicente Fox y Felipe Calderón, dos católicos confesos y conservadores por antonomasia.

A López Obrador no le importa violentar el legado histórico del presidente Benito Juárez, que por más de 160 años ha permitido a nuestro país mantener a raya a curas, obispos y cardenales de una de las instituciones religiosas más dañinas para la democracia. A sabiendas de esto, la senadora Soledad Luévano, de morena, metió recientemente una iniciativa de reforma a la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público que permitiría abiertamente la participación de las iglesias y ministros de fe en política.

El intento de la senadora fue muy criticado. Sin duda, la estrategia -muy del estilo de López Obrador- fue mover las aguas y ver qué pescaba de esas turbulencias. Pero él sigue con su cruzada espiritual que genera polémica, por ejemplo, mostrando imágenes del Sagrado Corazón de Jesús en plena conferencia mañanera.

Con esa acción simbólica apela a imaginarios sociales fuertemente arraigados en el pueblo mexicano y toca base con los sectores populares que sufren la violencia social y la miseria económica en el día a día; aunque también refuerza sus compromisos con la jerarquía de grupos cristianos, evangélicos, pentecostales, con los que ha pactado apoyos a cambio del voto de fe de esas religiones para 2024.

Con esta desmesura López Obrador desprecia la lucha de varios movimientos sociales que pensaron que al votar por él estaría ganando la izquierda en México y que como tal defendería la laicidad del Estado mexicano, pues además el caradura del presidente constantemente se reivindica como juarista, mientas que en los hechos da muestras de su concordancia ideológica con grupos religiosos conservadores que desprecian la lucha de la izquierda en favor de los derechos de las mujeres, los derechos humanos y la diversidad sexual.

Pero tal parece que ya nos acostumbramos a que Andrés López se salga con la suya en esto de no respetar el Estado laico. Cada día que pasa comete otro acto violatorio sin que desde las instancias del Estado, nadie le diga nada. La Secretaría de Gobernación podría hacerlo, tiene facultades y se esperaría que aunque sea el presidente de la República le señalen que está violando la Constitución Política en lo referente a la separación entre las iglesias y el Estado.

Respetables organizaciones civiles, gremios académicos e intelectuales con posturas liberales y vanguardistas se han sentado con el Subsecretario de Gobernación, Alejandro Encinas y con la misma Secretaria, Olga Sánchez Cordero, para externarles su preocupación por las acciones del presidente en torno a los temas religiosos de su gobierno, pero más tardan en salir de las reuniones cuando el presidente ya hizo quedar mal a sus funcionarios con otra muestra de su ferviente religiosidad.

Tan clara es su estrategia religiosa que hasta sus funcionarios y funcionarias públicas que antaño fueron activistas liberales, hoy en sus narices hace sus comentarios religiosos, y sólo se les ve agachonas, silentes, no dicen nada: asienten, aplauden. El autoritarismo del presidente les ha obligado a olvidar su férrea lucha por la laicidad del Estado mexicano, como cuando firmaban sendos desplegados rasgándose las vestiduras en contra de Fox o Calderón que osaban externar sus preferencias religiosas.

¿A dónde nos llevará esta situación? ¿Qué costo social y político tendremos en el mediano y largo plazo? Cuando los grupos religiosos estén más anclados en espacios de decisión política y legislativa (como ya vimos que ha sucedido en Brasil), ¿Revertirán políticas públicas incluyentes? ¿Darán marcha atrás a los avances democráticos? ¿Instaurarán un gobierno teocrático de facto? ¿Cuántos años tardaremos en retomar el rumbo de la laicidad del Estado mexicano si AMLO continúa con su cruzada espiritual transexenal?

@antoniomedina41

Texto publicado originalmente en Big Bang México el 24 de marzo, 2020.

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