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Juan Gabriel y los efectos mediáticos de la homofobia

Por Antonio Medina Trejo * (**)

A Juan Gabriel lo persiguió la prensa amarillista como a ningún artista por más de cuatro décadas: reporteros, fotógrafos y osados entrevistadores indagaron, supusieron, elucubraron y hasta inventaron sobre los amores del Divo de Juárez, pero de su boca nunca salió su verdad. Alberto Aguilera Valadez defendió la privacidad de sus relaciones, pero él sabía que el costo de la fama era precisamente saciar el morbo colectivo, y los medios lucraron con esa posibilidad sin medida.

El halo noticioso de Juan Gabriel y el machismo homofóbico que acompañaron los titulares por casi medio siglo, se desvanecían al escuchar sus interpretaciones, esas que como dijo alguna vez Carlos Monsiváis, “educaron sentimentalmente al pueblo mexicano”. El México de finales del siglo pasado y principios del XXI, colocó al “marginal en el centro” y escuchó el relato amoroso de un cantante homosexual, que alegre, dicharachero o melancólico, encumbraba máximas que se convirtieron con el pasar de los años en auténtica filosofía popular: “Sobre aviso no hay engaño”, “Ya lo pasado, pasado”, “un lugar de ambiente donde todo es diferente”, “yo no nací para amar, nadie nació para mi”, “no vale la pena”, “pero qué necesidad”, etc, fueron frases y dichos con los que se identificaron los homosexuales por más de cuatro décadas, y que hoy en día son de uso común en el lenguaje popular latinoamericano.

Con el pasar de los años, Juan Gabriel y los escándalos mediáticos fueron dando paso a la asimilación cultural de su andrógina personalidad. El joteo en el escenario era parte de lo que el artista ofrecía a su público desde sus inicios en palenques, cabarets, auditorios o en Palacio de Bellas Artes, en donde la aceptación de los amantes de la música vernácula o romántica, hipnotizados por el derroche de talento, se doblegaban en una suerte de comunión colectiva.

La “aceptación” de la homosexualidad de Juanga era justificada sólo por el talento del artista y sus letras llegadoras, que iban del grito iracundo, el despecho amoroso, al sublime canto de “amor eterno”.

En 1984 sale el libro “Juan Gabriel y yo”, en donde se relataba con lujo de detalles las experiencias amorosas del artista de Parácuaro, Michoacán, quien a pesar de los intentos para que reconociera públicamente su homosexualidad, los medios de comunicación no lograron tener la gran exclusiva. Juan Gabriel se limitó a enriquecer su creatividad, vetando medios amarillistas, al tiempo que creó un emporio musical por sus composiciones, que fueron interpretadas por las y los artistas más populares de finales del siglo pasado.

Juan Gabriel fue el showman mexicano que joteó como nadie en los escenarios, confrontó el machismo y la homofobia cultural colocando el estigma homosexual en el centro del escenario, perturbando las buenas conciencias del México conservador. En ese sentido, Juanga fue, sin duda, el “depositario de la homofobia” social (Monsiváis) que con el paso de los años la atenuó, pues su talento eclipsó el odio machista de un país que reconoció en él al hijo agradecido, al muchacho trabajador y al artista popular que trascendió las fronteras como muy pocos.

Falta de compromiso con la causa LGBT

La fama internacional de Juan Gabriel, su aceptación popular, su generosidad con causas sociales y ser un ejemplar padre de familia, no se correspondió con el compromiso hacia la lucha de la diversidad sexual, pues mientras el cantautor se escabullía de los medios para evitar la andanada homofóbica, el movimiento de la diversidad sexual salía a las calles a gritar con orgullo su diferencia y a exigir derechos iguales a lesbianas y homosexuales. Esta distancia se explica tal vez por la época en la que se educó Alberto Aguilera Valadez, en la que valía más la discreción, las buenas formas, antes que el “descaro”; ese que castiga la sociedad con el rechazo, el desprecio y la homofobia criminal.


Lo que se ve no se pregunta

Pese a no tener un activismo abierto, Juan Gabriel vivió una vida gay en la intimidad. No fue un gay de clóset porque “lo que se ve no se pregunta”, como le respondería en 2002 al conductor de Univisión, Fernando Del Rincón, pero los escándalos mediáticos desde los años ochenta con las imágenes del libro “Juan Gabriel y yo”, ya habían causado efecto en el imaginario social sobre las relaciones homoeróticas del autor de “Querida”. Ya entrados los años ochenta, se supo de su paternidad, tanto de dos niños adoptados como de un hijo biológico. Sin duda, el intérprete de “no tengo dinero” tenía una familia diversa, no convencional, amorosa, que más allá de su orientación sexual, construyó una célula familiar en un entorno seguro.

De esta dualidad del artista subyace una metáfora sociológica que se antoja extraordinaria analizar: si Juan Gabriel fue gay, actuó como gay, cantó como gay, vivió como gay, fue padre gay, y fue aceptado por su público sin importarle que fuera gay,: ¿por qué no tuvo un compromiso hacia dicha comunidad? ¿porqué no se asumió como gay en los años recientes, si la apertura del tema ya le daba la posibilidad de decirlo sin el riesgo de que cayera su fama, su carrera, etc?

Tal vez, como todo lo que hizo el artista en vida, quiso que no fuera una salida del clóset convencional, pues en el imaginario colectivo su homosexualidad era más que evidente. Tal vez su forma de decirle a la sociedad sobre su orientación sexual debía estar matizada por un relato alejado del morbo, construido desde la visión que él y sólo él quiso contar. Por ello aceptó la propuesta de Disney Media Distribution Latin America para relatar su vida, que ha sido vista en 13 capítulos por Telemundo y TV Azteca, en donde de manera paradigmática, el capítulo final se trasmitió el día que el artista falleció en Santa Mónica, California, otorgándole a la televisora del Ajusco 44 puntos de rating.


El desenlace de la vida de Juan Gabriel se da en un momento de discusión pública sobre el matrimonio civil igualitario en México y donde jerarcas religiosos intentan revertir los avances legales que dan derechos a las parejas conformadas por personas del mismo sexo. En ese contexto, dos días antes de la muerte del Divo de Juárez, lanza una consigna extraordinaria en un concierto en Los Ángeles: “felicidades a las personas que están orgullosas de ser lo que son”.

El mensaje causó euforia en el lugar atiborrado por más de 17 mil personas, pues se leyó como un destello luminoso de esperanza que vislumbra apertura en un momento en que grupos conservadores quieren revertir derechos ganados por la población LGBT. Desde luego el contenido del mismo no lo entendieron los hipócritas sacerdotes que hicieron misas para lucrar con la imagen del popular artista, pues la cúpula de la iglesia católica ha mantenido su lucha convocando a marchas que están en contra del amor entre personas del mismo sexo, esas que seguro, como dijo Juanga, “se sienten orgullosas de ser lo que son”.

Y como si a Juan Gabriel le faltaran escándalos, uno que incendió la opinión pública después de su deceso fue el generado por Nicolás Alvarado, en el que sostuvo que le irritaban sus lentejuelas, “no por jotas sino por nacas”. De éste comentario subyase un clasismo desmedido del ahora ex director de TV UNAM, lo que provocó una reacción en contra del articulista. Y fue un amplio sector, no sólo LGBT, sino en general, que defendió al artista del clasismo y la homofobia trasnochada de Nicolás, pues Juan Gabriel, lo quiera o no el otrora director, representa para la cultura popular de México, una suerte de ente queer por excelencia, del que el México democrático, plural y diverso, se siente orgulloso.

* Periodista independiente, académico y activista pro DDHH. Director de la Agenca de Mexicana de Comunicación para la Igualdad (AMCI). @antoniomedina41

** artículo publicado en la Revista Zócalo: https://revistazocalo.com/tag/juan-gabriel/

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