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El PRD que fuimos: legado social y político del Sol Azteca

Por Antonio Medina Trejo *

La democracia que vive México, más allá de los cuestionamientos que se le puedan hacer, no podría entenderse sin los aportes del Partido de la Revolución Democrática (PRD), un ente político que surgió a finales de la década de los años 80 como resultado de una conjunción de fuerzas políticas de izquierda que se unieron para ser una oposición al régimen autoritario de aquellos años.

Así pues, las más de tres décadas del PRD fueron intensas, transformadoras y revolucionaron la política mexicana, cuestionando los poderes del Estado y la sinergia gubernamental que por más de medio siglo (para aquel entonces) hizo de México un país con una democracia simulada, donde el presidente y su partido controlaban los tres poderes del Estado.

El contexto del nacimiento del PRD coincidió con acontecimientos internacionales como la caída del Muro de Berlín, que fue el principio del fin de una lucha ideológica entre oriente y occidente, mientras que en México el impacto de ese cambio en Europa coincidió con el florecimiento de movimientos sociales que luchaban por el acceso a derechos no reconocidos en amplios sectores de la sociedad y que exigían la inclusión en políticas públicas para lograr el ideal de la igualdad social.

Es así que el PRD fue receptor de esas luchas, que usando el espacio público, gestaron cambios en la relación entre la ciudadanía y el gobierno. Un detonante de esa movilización social fue el terremoto de 1985, que no sólo sacudió la tierra, sino las conciencias de la gente para organizarse y demandar justicia, derechos, libertades y un país justo.

La era que inició el PRD el 5 de mayo de 1989 dinamizó los discursos y las acciones desde lo gubernamental, obligando a gobernaban escuchar a quienes no quería escuchar y ver las realidades de quienes no se les quería ver.

En esa vorágine de sucesos de finales de los años 80 y toda la década de los 90 la voz de las mujeres, las juventudes marginales, los grupos de diversidad sexual, de lucha contra el sida; pero también de activistas de barrio, líderes de movimientos contraculturales, estudiantes universitarios, sindicalistas disidentes y un sin número de grupos, vieron en el Sol Azteca una opción de lucha que exigía poner “lo marginal en el centro” de la discusión social y política, como plantaba el escritor Carlos Monsiváis.

Estas más de tres décadas en que líderes del PRD lograron acceder al poder Legislativo en el Congreso de la Unión y Congresos Estatales, además de ocupar gobiernos de varios estados y municipales, permitió dinamizar la política mexicana y dar acceso al poder político a sectores excluidos del priismo reinante desde la década de los 40, que se distinguió por un corporativismo entregado al poder presidencial y al partido de Estado.

Ante esa inercia política, con usos y costumbres autoritarios, es a lo que el perredismo se enfrentó tan luego como surgió. El salinismo fue cruel y criminal. Más de medio millar de perredistas fueron asesinados en todo el país, pues la nomenclatura priista era intolerante frente a los intentos de acceso al poder de esa izquierda denunciante, eminentemente social y contestataria que representaba el PRD.

Los temas que defendió con ahínco el perredismo fue la justicia social, el acceso a todos los derechos para todas las personas, una economía que beneficiara a los amplios sectores marginales de la sociedad, educación de calidad que alcanzara a las poblaciones olvidadas de las políticas públicas, justicia alimentaria, comercio justo, salud universal, de calidad y gratuita para toda la población, salarios dignos, además del acceso a la justicia y la defensa del Estado laico.

Para lograr avanzar en esa agenda social, el PRD fue logrando escaños legislativos y espacios de gobierno que le permitieron a finales de los años 90 ser una fuerza competitiva, pues grandes sectores que se vieron beneficiados por las políticas propuestas por este partido de izquierda entendieron su aporte y le favorecieron con con su voto en elecciones futuras.

En 1997 el Sol Azteca logra ganar la capital del país con el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas a la cabeza, tres años después lo sucede Andrés Manuel López Obrador. A nivel legislativo, el PRD incrementa sus escaños y suma propuestas de ley trascendentales en temas como los Derechos Humanos, que permitieron a la postre modificar en 2001 el Artículo 1º Constitucional y generar a partir de esa modificación la homologación en otras leyes y las consecuentes políticas públicas.

Antes y después de ese logro se suscitó un dinamismo social y político del feminismo, de la lucha de la diversidad sexual y de personas que vivían con VIH/sida, además de grupos indígenas, personas con discapacidad y quienes desde la marginalidad pugnaban en contra del clasismo, el estigma y la discriminación heredada de una cultura heteropatriarcal, machistas, misóginas y homofóbica.

Ese logro tuvo mucho imparto en los diferentes movimientos sociales en todo el país, por lo que no se le pueden regatear al PRD sus aportes, pues luchó de la mano de la sociedad civil organizada, tal como se documenta en los diarios de debates del poder legislativo y en su discusión pública en los medios de comunicación; pero lo más importante es que se constatan en políticas públicas que se implementaron en un primer momento en la Ciudad de México (1997 a 2018), con impacto paulatino en el resto del país con leyes y políticas públicas a favor los grupos socialmente excluidos y olvidados por los gobiernos.


La realidad eclipsó la Sol

Hago este recuento relámpago porque hoy el Sol Azteca ha dejado de tener el registro como partido a nivel nacional, pues luego de la elección del 2 de junio, la gente decidió refrendar su votos a favor de morena en un porcentaje mayor en gran parte del territorio nacional, provocando una menor votación a las propuestas electorales del Sol Azteca, por lo que se ha provocado su desaparición como partido nacional.

Este descalabro del PRD, que en los últimos años dio visos en la reducción de simpatizantes en todo el país, ha generado un sentimiento de frustración y decepción de mucha gente que aún cree que este partido sí representa a la verdadera izquierda en México y por tanto debe continuar siendo un actor político desde la oposición.

No obstante esos buenos deseos, la realidad lo alcanzó y con ello la necesidad de reconocer logros, pero también asumir culpas de su deterioro e incapacidad colectiva de reinventarse conforme fueron pasando los años y acontecimientos socio-políticos que indicaban un obligado cambio de rumbo para seguir siendo una opción política competitiva, denunciante y propositiva.

Este descalabro de la izquierda mexicana es la consecuencia de una serie de acciones internas y externas que fueron minando al Sol Azteca en la última década. La salida de Andrés Manuel López Obrador es probable que sea la razón más poderosa de la extinción del PRD, pues aunque AMLO se fue de este partido, dejó caballos de Troya que lo dinamitaron desde adentro, generando conflictos, cooptando liderazgos y saboteando procesos internos democráticos; además de dejarle deudas millonarias y problemas legales que se convirtieron en una bola de nieve que terminó desfondando económicamente al partido.

Luego de muchas batallas estériles por el poder, en este 2024, con el 3 por ciento de la votación que le permitió sobrevivir los últimos tres años, vino el declive. La realidad es que al PRD no le alcanzó ni su historia a favor de la democracia, ni la alianza con el PAN y el PRI para continuar siendo un ente de interés público en el juego político actual, donde el obradorismo ha impuesto reglas del juego sumamente tramposas, ventajosas hacia la mayoría que hoy representa (además de corruptas), que han sido el medio por el cual el partido guinda ha logrado avasallar elección tras elección y ganar espacios políticos preponderantes en los poco más de diez años de vida que lleva.

Es así que la pérdida del registro del PRD a nivel nacional quita de la jugada política a quienes desde la izquierda lograron pavimentar el camino de la democracia de nuestro país, que permitió, entre otras cosas, que el actual presidente llegara a la Presidencia de la República y que su partido pudiera avanzar elección tras elección. Las reglas democráticas que el PRD impulsó ahí están con todo y los resultados, bien usados o mal usados.

No obstante, esos avances están a la vista y nadie puede regatearle a este partido político los aportes en temas como la lucha por la igualdad, la transparencia, los derechos sociales y la inclusión de grupos históricamente excluidos, entre ellos las mujeres, las personas indígenas, personas con discapacidades, de la tercera edad, juventudes o de la diversidad sexual.

Hoy el PRD queda fragmentado en 15 estados del país donde sí logró el registro con porcentajes verdaderamente marginales. El millón 100 mil votos que obtuvo en la elección no son suficiente para mantener el registro, por lo que sacan de la jugada a nivel nacional al Sol Azteca.

No obstante la derrota, en el ánimo de muchos de sus dirigentes y una militancia que sigue creyendo en este proyecto político, persiste la esperanza de reinventarse y deconstruirse para seguir luchando por las causas que demanda el país, tal vez en un nuevo partido, renovado y visionario que dé vuelta a la página para seguir luchando por ideales democráticos.

Hoy la moneda está en el aire y sólo el tiempo dirá si esa esencia del PRD que lucha por la justicia social, por la democracia y las libertades, resiste el embate de la real politik, esa que hoy está intoxicada, podrida y dominada por la figura enajenante de López Obrador, quien se obsesionó por la desaparición del Sol Azteca hasta que sucedió por uno y mil motivos, entre ellos, la falta de visión de sus liderazgos principales, las pugnas internas por el poder de las diferentes expresiones, por no escuchar a la sociedad y sus necesidades y replicar esquemas clientelares obsoletos; en fin, por no haberse creído que eran un partido de izquierda y socialdemócrata.

La ceguera y la soberbia de los principales liderazgos perredistas llevó al desplome de su partido. No les permitió entender los cambios que exigía su militancia de a pie y la sociedad civil que pedía participar democráticamente en el Sol Azteca. No entendieron que la lucha del poder por el poder mismo no les permitió evolucionar conforme a los tiempos que exige la sociedad mexicana, de haberlo entendido, les hubiera permitido continuar siendo la verdadera opción política de izquierda para México.

* Activista desde 1994. Maestro en Comunicación y Política. Periodista independiente. Consultor en temas de DDHH, VIH/sida, Diversidad Sexual y Género. @antoniomedina41

** Artículo publicado en la Revista Gobierno y Democracia. Núm. 35 de junio del 2024.

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